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Bofetada

Salir del baño desnudo y mojado para perseguir a un desconocido que ha entrado a la fuerza a tu departamento es una de las cosas más idiotas que alguien puede hacer. Hacer esto no es fácil ni probable pero si alguien llega a encontrarse en la regadera y escucha ruidos en su habitación o en la sala o en la cocina, cualquier lugar dentro de su casa, se enfrenta a la disyuntiva de terminar de bañarse lo más tranquilamente posible, esperando que al salir del baño el intruso se haya ido, o salir en ese momento a confrontar al intruso. La primera opción, aunque es sin duda la más sensata, tiene el defecto de ser considerada una cobardía. Por supuesto, si quien se baña es mujer la cobardía es nula o casi nula, pero si es hombre los paradigmas de género, masculinidad, necedades arraigadas en la cultura que condicionan a los individuos, entonces quien se baña pensará durante el resto de la ducha -en el caso de que decida seguir bañándose- que está siendo cobarde. Dicho de otro modo, la necesidad de acomodarse a un modelo de masculinidad tradicional produce adrenalina y con ello la inclinación a salir del baño a confrontar al intruso compite con el miedo a ser agredido, incluso asesinado si el intruso tiene un arma. Debo confesar que cuando me encontré en esta situación no tuve ni siquiera que confrontar mi miedo porque mi cuerpo, parece, secreta adrenalina con tanta rapidez y en cantidades tan grandes que el miedo, aunque seguro existe, de otro modo no habría necesidad de secretar adrenalina, no siempre llega a ser un factor en mis decisiones porque antes de racionalizarlo ya estoy actuando impulsivamente. Y así salí desnudo, sin secarme ni los pies para no resbalar en la posible persecución o pelea. Curiosamente, resulta que la aparición violenta de un hombre encuerado y chorreado agua en esas circunstancias es intimidarte. El intruso, el ladrón, me miró con una expresión de pánico y paralizado por un instante lo bastante largo para que yo le diera la bofetada más brutal que un puñetazo. Le habría dado un puñetazo pero justo cuando dispuse el cuerpo para golpearlo mi pie derecho, por estar mojado, resbaló, poniendo mi brazo derecho del lado opuesto para lanzar el puñetazo y dejándome como opción para perder del todo la oportunidad de agredirlo lanzar la bofetada. Para no caer puse mi mano derecha sobre el piso y de inmediato giré el torso blandí el brazo desde el piso hasta la cara del intruso. El intruso cayó de tal forma que entonces temí haberlo matado. Exceso de confianza, pues mientras iba por mi teléfono para llamar a los servicios de urgencias, el intruso huyó, alcancé a verlo salir del departamento desde la puerta de mi habitación, pude haberme puesto unos bóxers antes de seguirlo pero acaso habría perdido demasiado tiempo. Salí desnudo, con los testículos y el pene chocando con mis muslos me sentí libre y poderoso, maldita masculinidad que nos engaña con epopeyas de violencia y mitos fálicos.

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