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Esmalte

El hombre enjuto caminaba con una mochila colgando de los hombros que le cubría la espalda y le doblaba el torso. No se veía la mochila desde donde estaban los tres hombres mirándolo con sorna en silencio. La calle era de un negro profundo y reluciente, con un pavimento recién acondicionado hasta donde estaban los tres hombres descansando sobre los rodillos de una aplanadora y, detrás de ellos, la calle continuaba con el aspecto opaco, grisáceo, con algunos agujeros y grietas, pero eso no podía verlo el hombre de la mochila. Todo estaba silencioso y ese silencio no era congruente con un lugar donde hay una obra civil en proceso y edificios y naves industriales -aunque la mayoría en desuso. El hombre enjuto no era viejo, quizá por eso el torso doblado por la mochila le daba un aspecto ridículo. Cuando el hombre de la mochila estuvo a diez metros de los otros tres, uno se puso de pie, fumaba un cigarrillo que no se quitaba de los labios y el humo le cubría la cara, pero no lo suficiente para ocultar su gesto de preocupación. Los otros dos, en cambio, seguían mirando al hombre del bulto, esperando quizá que se acercara un poco más para expresarle con palabras la burla que proyectaban sus miradas.

- Te he visto, eres el tipo del esmalte -dijo el hombre del cigarrillo, aún sin quitarse el cigarrillo de los labios.

Los otros dos lo miraron, el hombre del bulto dio cinco pasos más y se detuvo. Con dificultad enderezó el cuerpo, lo dobló levemente hacia atrás para quitarse la mochila de los hombros, luego la puso en el suelo con cuidado.

- ¿Qué es el esmalte? -preguntó uno de los hombres sentados sobre el rodillo.

Nadie contestó, por un instante el silencio fue más profundo que antes. El hombre de la mochila se irguió, estiró los músculos de la espalda y los brazos.

- ¿Qué estás haciendo? -volvió a preguntar el del cigarrillo.

En ese momento ya nadie miraba con sorna a nadie, el silencio se había roto pero la tensión había aumentado, como si la palabra esmalte significara algo siniestro, una amenaza indefinible y desconocida; como si la mención de la palabra esmalte hubiese convertido a ese hombre, momentos antes risible y enclenque, en un peligro inminente. El hombre del cigarrillo no quiso aclarar que no era la relación de aquel hombre con el esmalte, el hecho trivial de que era un comerciante de pinturas y esmaltes, lo que lo preocupaba.


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