Martillo
Al despertar sintió que había alguien en la casa, la puerta de la habitación estaba entreabierta, las luces apagadas y todo en silencio, sin indicios de algún intruso, pero aun después de reconocer esto no pudo quitarse la sensación de que no estaba sola. Era temprano en la madrugada, antes del alba, no se colaba suficiente luz por los bordes de las persianas, apenas la luz tenue de la luna y los faroles de la calle. Todo estaba en penumbra y no quiso encender ninguna lámpara, sus ojos estaban habituados a la oscuridad y si su sensación de no estar sola tenía sustento, la luz alertaría peligrosamente al intruso. En condiciones ordinarias no habría sospechado, temido, incluso racionalizado la presencia de un intruso -un hombre, precisamente-, pero esos días en la ciudad y el vecindario las condiciones no eran ordinarias. En los últimos meses habían atacado a no menos de una docena de mujeres, a todas de noche, a algunas en sus casas, la más joven de 24, la más vieja de 38. Mujeres jóvenes pero ya entradas en la adultez. Al menos dos de esas mujeres vivían con un hombre y el hombre también fue violentado, ambos mientras dormían. Otra de esas mujeres vivía con otra mujer pero a ella la atacaron en la calle, cerca de su oficina. No eran crímenes sexuales y solamente a tres las mataron. No había patrones discernibles en los ataques excepto la predilección por esa demografía de mujeres adultas jóvenes con mediano éxito profesional; y la zona, todos los ataques había ocurrido en una zona con un diámetro de 3 kilómetros; y el martillo, a quienes mataron (tres muertas, un muerto) los mataron con un martillo.
A Helena no se le escapaba ninguno de estos datos cuando se levantó de la cama, estaba al tanto del caso (apenas dos semanas atrás esa docena de ataques fueron agrupados dentro de un solo caso), lo había estudiado, analizado y escrito sobre cada uno de los ataques. Inclusive había argumentado, en su columna en el periódico, que esos crímenes debían ser considerados no solo una ‘ola de crimen’, como otros los llamaban, sino la ola de crimen de un solo criminal, y posiblemente en una etapa incipiente: las similitudes de los ataques sugerían lo primero, las inconsistencias entre los ataques sugerían lo segundo.