Rascacielos (el quiosco de Alberto)
Updated: Feb 2
La semana pasada, el miércoles, el quiosco de Alberto no abrió. Desde que vivo en esta parte de la ciudad, hace trece años, eso no había ocurrido. Ni si quiera cuando, durante más de un año, construyeron un rascacielos en esa esquina del barrio y, por seguridad, los encargados del proyecto y algunos burócratas del gobierno local quisieron reubicarlo. La reubicación, es una práctica común en todo tipo de proyectos inmobiliarios que alteran la zona donde se van a desarrollar. A veces la reubicación afecta a una comunidad entera, sobre todo cuando ocurre en una zona rural, y casi siempre los desarrolladores son capaces de imponerse a toda clase de resistencia -protestas, firmas, plantones…-. Cuando Alberto se negó a moverse de su esquina, donde había regentado su quiosco durante más de cuarenta años, nadie pensó que su resistencia fuese a tener éxito, pero lo tuvo. Alberto tenía amigos en el barrio, abogados, ingenieros, arquitectos, incluso un periodista. Todos apoyaron su causa. Sin el quiosco de Alberto, ese rincón del barrio no podría ser el mismo. Aunque pueda sonar absurdo, la presencia del rascacielos como disruptor del paisaje urbano parecía preocupar menos que la reubicación del quisco. Fue una pequeña lucha, casi simbólica, que acabó siendo un ejemplo de que no siempre, no necesariamente, los grandes intereses económicos triunfan sobre los intereses de una comunidad, por pequeña o particular que esta sea. El proyecto tuvo que ser alterado para respetar la presencia del quisco y garantizar su seguridad. Tres años después de que el rascacielos fue terminado y en su explanada pusieron cafés y quiscos que pretendía rivalizar con el de Alberto, Alberto no abrió su quisco.